miércoles, 10 de junio de 2009

La expulsión de los Jesuitas

No me ocuparé en este corto ensayo de profundizar y describir las razones de la expulsión de la Compañía de Jesús en tierras americanas porque me llevaría mucho tiempo y es un tema muy profundo.
Me detendré, a lo largo del mismo, en las consecuencias de la expulsión ya que de una u otra forma es un elemento muy importante que ha dejado huella a lo largo de la historia en nuestros pueblos.
Como pedagogo y amante de la educación me atañe y por esa misma razón me preocupa este tema.
Hay puntos en la historia que determinan cambios radicales en la vida de un pueblo y para el nuestro y varios países de América, sin duda, la expulsión de Los Jesuitas cambió en forma radical su forma de vida.
Carlos Fuentes afirma que fue un hecho profundamente contraproducente en el Nuevo Mundo, ya que habían sido los jesuitas quienes habían fomentado los estudios modernos. Fueron ellos quienes en lugar de atrincherarse en la escolástica le arrebataron poder a los tomistas quienes habían dominado el pensamiento político a través de las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino. A la vez que intentaron renovar desde adentro el tomismo, los jesuitas le sirvieron a las élites a los grandes pensadores ilustrados. Por esa misma razón sus alumnos les guardaban respeto y admiración.

Fueron ellos quienes trajeron a la América española el espíritu reformista de los Borbones. Además de estos elementos hay que señalar que los jesuitas se identificaron con la causa del americanismo, escribieron historias nacionales de las diferentes colonias. En estos escritos dieron un enorme sentido de identidad a la emergente nación de la élite criolla, blanca e hispanoamericana, pero también a las clases mestizas con acceso a la educación y que, cada vez más fueron capaces de identificarse con sus lugares de origen.[1]

La expulsión de estos religiosos del imperio español fue una de las reformas borbónicas, y la primera que afectó al noroeste. La Compañía de Jesús, por lo que ya he señalado anteriormente, había provocado la animadversión y desconfianza del rey Carlos III tanto en España como en diversas colonias del imperio. Esta orden era en extremo poderosa por las propiedades acumuladas y por la influencia política, social y cultural que había alcanzado.

Carlos III optó por la misma vía que habían optado los imperios portugueses y franceses, y, el 27 de febrero de 1767, firmó la orden de expulsión de los jesuitas de todos los dominios de España y la confiscación de sus propiedades. En México y en otras ciudades de la Nueva España la orden se cumplió entre el 25 y el 28 de junio del mismo año, pero en las provincias remotas se realizó más tarde, a mediados de julio en el noroeste: 52 misioneros fueron concentrados en Guaymas y 10 meses más tarde deportados por mar a San Blas, salieron por Veracruz hacia el destierro en diversos países europeos.

Ante tal decisión se inicia un cambio profundo en nuestros pueblos, ya que los pobres y desposeídos sufrirán las consecuencias y éstas llegan a repercutir hasta nuestros días como veremos más adelante.
Una de las primeras consecuencias para América, fue que buena parte de los miembros de la orden expulsados eran criollos con fuertes vínculos en sus regiones de origen, por lo que la medida causó gran descontento. Más aun, algunos de los expulsados desde el exilio se convertirían en activistas en contra del dominio español en América.
En el momento que expulsan a los jesuitas, los primeros adjudicatarios serían los indios, pero también los españoles y mestizos podrían recibir tierras si deseaban quedarse a vivir en los pueblos de indios.

La salida de los misioneros desarticuló la organización de los pueblos indígenas y los redujo a comunidades aisladas y vulnerables al asedio de los colonos. Desapareció también la disciplina misional que normaba la vida interna de las comunidades y, aunque esta supresión gustó a muchos indios, la falta de dirección provocó la pérdida de los bienes de comunidad.

Los cambios que trataban de imponer las autoridades coloniales en las comunidades indígenas fueron graves y de profundas consecuencias. La introducción de españoles mestizos y mulatos en las comunidades tendía a promover la aculturación de los indios, es decir, a debilitar la identidad cultural de las comunidades.
Ante esta realidad me surgen algunos cuestionamientos como: ¿Por qué razón la intromisión de unos pocos mestizos en comunidades indígenas les hizo debilitar su identidad cultural? ¿Cuáles fueron los elementos de mayor influencia los que hicieron debilitar la identidad cultural de las comunidades indígenas?... Me parecen temas muy importantes que podremos tratar en otra ocasión porque de alguna manera repercutieron ayer y siguen vigentes hoy.

Otra de las consecuencias negativas de la expulsión de los jesuitas fue que la población indígena mermó muchísimo pues perdieron la vida a causa de la inasistencia, el abandono y la violencia de los pobladores vecinos, porque eran los de la Compañía de Jesús quienes se ocupaban de los más pobres y desposeídos. Los sacerdotes tenían un gran poder político en la medida que eran los más cercanos al pueblo, eran los que estaban con la gente en los momentos más importantes de la familia, en los bautizos, en las bodas, en los fallecimientos, en realidad eran los jesuitas, los educadores, los que recogían

a los huérfanos en sus orfanatorios, a los enfermos en sus hospitales, a los ancianos en los asilos; eran también los que resolvían los problemas familiares, los abusos de los esposos con sus mujeres o hijos, eran los confesores y guías espirituales. Ante esta situación nos damos cuenta que el problema de la expulsión fue mucho más profunda de lo que nos imaginamos.

Por otra parte, faltaba saber si los indios podrían conservar la tierra y el agua, aunque les expidieran un título de propiedad privada. Lo previsible era que, desprovistos del apoyo de su comunidad, fueran obligados por los colonos a vender su tierra o que por fraude o violencia fueran despojados, y que así la tierra y el agua pasaran a manos de blancos y mestizos. Así, en este periodo (1767-1821) comenzó la destrucción de las comunidades indígenas, la pérdida de la propiedad de la tierra y del agua, la pérdida incluso de la cultura propia. Desprovistos de su comunidad, de su tierra y de su cultura, los indígenas no tuvieron otra alternativa que alquilarse como peones al servicio de los colonos. Éste es el profundo cambio social que se inició a raíz de la expulsión de los misioneros jesuitas.[2]
Este es uno de los aspectos más importantes ha tomar en cuenta ya que es un aspecto clave para entender el problema muy grave que ha vivido Guatemala a lo largo de su historia que es el problema de la tierra. Ya que ni la independencia, ni la Reforma, ni las Dictaduras cafetaleras, ni a Revolución, ni la contrarrevolución se han preocupado por enmendar este mal que ha afectado siempre al indígena y que lo mantiene aún en la actualidad.
Por otro lado en cuanto a lo académico, el vacío dejado por la Compañía en sus colegios y universidades, en su momento, fue llenado de inmediato por academias llamadas Carolingias, sin embargo, éstas nunca funcionaron como con los padres jesuitas. Esta expulsión, por lo tanto afectó al progreso, a la educación, a la ciencia el arte y la cultura en general no solo en América sino en Europa misma ya que se perdieron muy buenos científicos y humanistas.
Desde esa época no ha existido ningún gobierno ni institución alguna cuya prioridad haya sido la educación y la preparación académica de sus pueblos.
Podemos afirmar que se han dado casos aislados de congregaciones religiosas preocupadas por la educación pero esto no ha sido suficiente como para cambiar la mentalidad de un país.

Cuando en su momento se cometió este grave error no se vislumbraron las consecuencias nefastas que traerían a una región, a un país, a una comunidad. En realidad es difícil creer que la educación sea la que tenga que pagar los platos rotos, sí, al igual que a lo largo de la historia y hasta nuestros días los gobernantes de turno no les interesa la preparación y educación de los pueblos. ¿Por qué la educación no es prioridad en los proyectos de nuestros gobernantes? ¿Por qué a lo largo de nuestra historia la educación ha estado abandonada? ¿Por qué si muchos creemos que la educación es la solución a muchos de nuestros problemas no se actúa en consecuencia? Estos y más interrogantes pueden ser motivo de análisis y profundización pero no es realmente el tema del que trato en el presente ensayo.

Para finalizar en pocas palabras puedo afirmar que la expulsión de los Jesuitas fue el triunfo del poder sobre la razón, de la holganza contra el trabajo, del analfabeto ilustrado contra el culto oscurantista, es a final de cuentas la historia de Guatemala, nuestra historia…
[1] FUENTES, Carlos: El espejo enterrado, México, ed. del Fondo de Cultura Económica, 1992.

[2] Ortega Noriega, Sergio. Fideicomiso Historia de las Américas. Primera Edición, México 1999.

jueves, 4 de junio de 2009

El problema del machismo

Sé perfectamente que ya se ha escrito bastante sobre este tema y que algunos de mis lectores les parecerá raro que escriba sobre el mismo, pero lo considero de mucha importancia ya que aunque se ha caminado a lo largo de los años aún se reflejan en nuestra sociedad muchas de estas características machistas que han hecho y que hoy por hoy nos siguen haciendo mucho daño a todos, a nuestras familias a nuestro país. Y que el hecho de ver que en otras culturas este problema aparece más marcado no significa que nosotros estemos bien.
Sí, queridos lectores, toco este tema porque sus víctimas directas son las mujeres, pero con ellas sucumben los hijos, las familias y toda la sociedad humana.
Según Martín Baró, religioso jesuita, dice que el machismo es una ideología opresora que divide a los individuos en superiores e inferiores, según su sexo. La superioridad del macho, no siempre reconocida abiertamente se manifestará en todos los planos: físico, el hombre es más fuerte y resistente; en el plano sexual el hombre tiene más energía, de ahí que necesita varias mujeres; además él no se enamora, porque eso “no es de hombres”, él las toma y las deja; el hombre demuestra su fuerza y también su valentía por medio de la agresividad “no le tiene miedo a nadie”. El hombre es más inteligente que la mujer, también sabe más, por lo tanto debe mandar; el hombre es el único que trabaja lo que también legitima su autoridad, la mujer es carente de toda cualidad positiva, se debe a él, él la manda y la castiga –incluso físicamente cuando corresponde- Si este hombre se casa es porque “cayó”, o lo “agarraron” y hay peligro que pierda la libertad, sin embargo si es bastante hombre hará ver quién manda. Mientras él es libre ella no podrá salir de la casa “que se preocupe nada más del hogar y de sus hijos”. Por su parte, la mujer ha sido socializada para aceptar esta ideología, tiene rasgos masoquistas y se cree inferior. [1]
Lo que Baró afirma es una realidad fuertemente marcada en toda América Latina y lo que es más, mientras más pobres y subdesarrollados son los pueblos más marcada es esta triste realidad, con esto no quiero decir que en ciudades del primer mundo no se conviva con este grave problema. Lo terrible de todo esto es que esta filosofía se va transmitiendo de generación en generación. Lamentablemente el padre de familia va transmitiendo con sus palabras, gestos y actitudes toda una serie de antivalores que se dan dentro de la misma familia. El padre manda y la madre obedece, si él se enoja puede golpearla, ella debe ser sumisa y soportar en silencio, es el “destino de las mujeres”, ellas han nacido para el sacrificio. El padre pasa la mayor parte del tiempo fuera de casa, cuando está en ella es exigente y pone énfasis en sus derechos, delegando a la mujer los deberes. Y si a ella no le gusta puede irse de la casa. La mujer no se revela porque él la echaría, porque “todos los hombres son iguales”, porque ellas fueron socializada así desde pequeñas, sirviendo primero a los hermanos y recibiendo sus órdenes y golpes, para servir después a su marido. Antes de casarse, su madre y otras mujeres le aconsejaron lo que ella ya sabía: debía ser sumisa y “aguantadora”, además hay que tener cuidado con otras mujeres, no para evitar que él ande con otras, pues eso es inevitable, sino cuidando que él no tenga muchos hijos porque de lo contrario se restaría que lleva a casa. Los hermanos cuidarán que sus hermanas no anden solas, frecuentemente deberán golpearlas para cuidarlas bien, mientras que ellos están a la caza de niñas, y luego contar sus hazañas sexuales en el grupo de amigos.
Siguiendo con estas características machista, en nuestro contexto, el padre ejerce la autoridad directa sobre su mujer, tiene poca relación con los hijos porque ellos en general son tarea de la madre. Muchas veces el padre se comporta como autoritario, agresivo, frío y distante porque considera la suavidad y la manifestación de los sentimientos como cosas de mujeres. Por esta razón la imagen paterna deja mucho que desear en nuestra sociedad.
Pudiera seguir haciendo toda una tesis sobre las manifestaciones machistas en la actualidad pero creo que no es el objetivo de este corto ensayo.
Desgraciadamente tanto los padres como los sistemas educativos e incluso las religiones, en particular las monoteístas que excluyen de su jerarquía a la mujer, han inculcado tradicionalmente esta actitud, tan absurdamente argumentada desde hace siglos hasta la actualidad.
Está claro que el machismo debe ser erradicado. Pero quiero que quede claro que no hay ley ni recurso que valga si todos los hombres y mujeres no nos comprometemos, y nos implicamos en su desaparición. Sí, así como todos reprochamos la violencia, el terrorismo, la corrupción, la delincuencia, el maltrato infantil, también todos deberíamos luchar y protestar en contra del machismo.
Desde el hogar se debe trabajar y educar a los hijos con la conciencia de la igualdad de género, hay que dejar el miedo a un lado, se debe educar con igualdad de derechos y obligaciones, se debe trabajar unidos, con la misma filosofía, de lo contrario estaremos cometiendo los errores que en el inicio del ensayo comenté.
Pero todos sabemos que una de las medidas preventivas eficaces es la educación, y está en nuestras manos, en la escuela, en una labor a corto, mediano y largo plazo, el lugar idóneo donde estudiar los valores de igualdad de derechos y deberes entre sexos.
Lo repito, todos estamos claros que uno de los remedios ante este problema es la educación, y más educación. Sí, pero además se debería empezar dentro de esta educación a eliminar de las escuelas y todos los centros educativos todas aquellas leyes, teorías, códigos, normas, preceptos, dogmas, que marquen las desigualdades y privilegios.
Ante el machismo no cabe más que la condena, la reprobación, el rechazo y el activismo. El problema está en que no basta cambiar las ideas sino también los comportamientos.
[1] Baró, M. Ignacio, Problemas de Psicología Social en América Latina, Ed. UCA, El Salvador 1985.

El problema del machismo

Sé perfectamente que ya se ha escrito bastante sobre este tema y que algunos de mis lectores les parecerá raro que escriba sobre el mismo, pero lo considero de mucha importancia ya que aunque se ha caminado a lo largo de los años aún se reflejan en nuestra sociedad muchas de estas características machistas que han hecho y que hoy por hoy nos siguen haciendo mucho daño a todos, a nuestras familias a nuestro país. Y que el hecho de ver que en otras culturas este problema aparece más marcado no significa que nosotros estemos bien.
Sí, queridos lectores, toco este tema porque sus víctimas directas son las mujeres, pero con ellas sucumben los hijos, las familias y toda la sociedad humana.
Según Martín Baró, religioso jesuita, dice que el machismo es una ideología opresora que divide a los individuos en superiores e inferiores, según su sexo. La superioridad del macho, no siempre reconocida abiertamente se manifestará en todos los planos: físico, el hombre es más fuerte y resistente; en el plano sexual el hombre tiene más energía, de ahí que necesita varias mujeres; además él no se enamora, porque eso “no es de hombres”, él las toma y las deja; el hombre demuestra su fuerza y también su valentía por medio de la agresividad “no le tiene miedo a nadie”. El hombre es más inteligente que la mujer, también sabe más, por lo tanto debe mandar; el hombre es el único que trabaja lo que también legitima su autoridad, la mujer es carente de toda cualidad positiva, se debe a él, él la manda y la castiga –incluso físicamente cuando corresponde- Si este hombre se casa es porque “cayó”, o lo “agarraron” y hay peligro que pierda la libertad, sin embargo si es bastante hombre hará ver quién manda. Mientras él es libre ella no podrá salir de la casa “que se preocupe nada más del hogar y de sus hijos”. Por su parte, la mujer ha sido socializada para aceptar esta ideología, tiene rasgos masoquistas y se cree inferior. [1]
Lo que Baró afirma es una realidad fuertemente marcada en toda América Latina y lo que es más, mientras más pobres y subdesarrollados son los pueblos más marcada es esta triste realidad, con esto no quiero decir que en ciudades del primer mundo no se conviva con este grave problema. Lo terrible de todo esto es que esta filosofía se va transmitiendo de generación en generación. Lamentablemente el padre de familia va transmitiendo con sus palabras, gestos y actitudes toda una serie de antivalores que se dan dentro de la misma familia. El padre manda y la madre obedece, si él se enoja puede golpearla, ella debe ser sumisa y soportar en silencio, es el “destino de las mujeres”, ellas han nacido para el sacrificio. El padre pasa la mayor parte del tiempo fuera de casa, cuando está en ella es exigente y pone énfasis en sus derechos, delegando a la mujer los deberes. Y si a ella no le gusta puede irse de la casa. La mujer no se revela porque él la echaría, porque “todos los hombres son iguales”, porque ellas fueron socializada así desde pequeñas, sirviendo primero a los hermanos y recibiendo sus órdenes y golpes, para servir después a su marido. Antes de casarse, su madre y otras mujeres le aconsejaron lo que ella ya sabía: debía ser sumisa y “aguantadora”, además hay que tener cuidado con otras mujeres, no para evitar que él ande con otras, pues eso es inevitable, sino cuidando que él no tenga muchos hijos porque de lo contrario se restaría que lleva a casa. Los hermanos cuidarán que sus hermanas no anden solas, frecuentemente deberán golpearlas para cuidarlas bien, mientras que ellos están a la caza de niñas, y luego contar sus hazañas sexuales en el grupo de amigos.
Siguiendo con estas características machista, en nuestro contexto, el padre ejerce la autoridad directa sobre su mujer, tiene poca relación con los hijos porque ellos en general son tarea de la madre. Muchas veces el padre se comporta como autoritario, agresivo, frío y distante porque considera la suavidad y la manifestación de los sentimientos como cosas de mujeres. Por esta razón la imagen paterna deja mucho que desear en nuestra sociedad.
Pudiera seguir haciendo toda una tesis sobre las manifestaciones machistas en la actualidad pero creo que no es el objetivo de este corto ensayo.
Desgraciadamente tanto los padres como los sistemas educativos e incluso las religiones, en particular las monoteístas que excluyen de su jerarquía a la mujer, han inculcado tradicionalmente esta actitud, tan absurdamente argumentada desde hace siglos hasta la actualidad.
Está claro que el machismo debe ser erradicado. Pero quiero que quede claro que no hay ley ni recurso que valga si todos los hombres y mujeres no nos comprometemos, y nos implicamos en su desaparición. Sí, así como todos reprochamos la violencia, el terrorismo, la corrupción, la delincuencia, el maltrato infantil, también todos deberíamos luchar y protestar en contra del machismo.
Desde el hogar se debe trabajar y educar a los hijos con la conciencia de la igualdad de género, hay que dejar el miedo a un lado, se debe educar con igualdad de derechos y obligaciones, se debe trabajar unidos, con la misma filosofía, de lo contrario estaremos cometiendo los errores que en el inicio del ensayo comenté.
Pero todos sabemos que una de las medidas preventivas eficaces es la educación, y está en nuestras manos, en la escuela, en una labor a corto, mediano y largo plazo, el lugar idóneo donde estudiar los valores de igualdad de derechos y deberes entre sexos.
Lo repito, todos estamos claros que uno de los remedios ante este problema es la educación, y más educación. Sí, pero además se debería empezar dentro de esta educación a eliminar de las escuelas y todos los centros educativos todas aquellas leyes, teorías, códigos, normas, preceptos, dogmas, que marquen las desigualdades y privilegios.
Ante el machismo no cabe más que la condena, la reprobación, el rechazo y el activismo. El problema está en que no basta cambiar las ideas sino también los comportamientos.
[1] Baró, M. Ignacio, Problemas de Psicología Social en América Latina, Ed. UCA, El Salvador 1985.